El Bonpland es una parrilla con reminiscencias de bodegón, que ocupa una transitada esquina en Palermo Hollywood. Allí la capacidad es reducida (entran casi 100 comensales reuniendo al público que puede sentarse adentro y afuera), pero el encanto reside, además de la buena comida, en el estilo antiguo y en los colores llamativos de la mantelería y las paredes, que evocan al Buenos Aires de la primera mitad del siglo pasado. Además, a la vieja usanza, los nombres de los platos están escritos con tiza sobre un pizarrón. Forman parte de la decoración “retro” estantes con botellas vacías de vinos, whiskies, licores y cervezas, además de cuadros de la ciudad que reproducen situaciones porteñas de principios de la anterior centuria. En este tradicional pero cálido reducto, mientras espero la cena me doy cuenta de que las sillas están hechas de una madera muy añeja y, según me cuentan, las baldosas de cerámica son originales y las mismas de aquel almacén que inauguró el pequeño local hace ya mucho tiempo. Por ahí viene Juan Carlos, el servicial encargado que me acerca un matambrito tiernizado al verdeo con papas noisette que dan ganas de repetir tantas veces como se pueda. Como postre, el suculento flan con dulce de leche no se queda atrás. Aquí, otro plato “top” es el bife de chorizo grillado a la pizza con salsa de tomate, huevo frito y papas españolas. Ah, y por supuesto, también se destaca la copa de la casa, que consiste en un vaso de whisky cubierto de dulce de leche con dos bochas de helado de chocolate y crema americana, respectivamente (decorado con almendras, nueces y obleas). Abierto de lunes a sábados de 20.30 a 1 y los domingos desde el mediodía hasta las 18, el slogan de El Bonpland es “lo importante no es que vengan, sino que vuelvan”. Y lo logran, claro, gracias a las pericias del cocinero y a una atención por demás gentil, veloz y efectiva.