RISTORANTE CASA MÍA

Montañeses 2477, Belgrano
(011) 4896-4841
Carlos Alberto D’Aquila fue -en su momento, y en Italia- una especie de Manu Ginóbili hoy. Salvando las distancias -y los años- regresó a nuestro país, tras diez temporadas en primera. Con el tiempo, las ganas de juntarse con amigos hicieron que se decidiera a abrir un restaurante. Así nació Casa Mía: una trattoria moderna, cálida y familiar, en Belgrano, donde ofrecen una cocina ítalo-porteña, de corte mediterráneo, con el plus del horno pizzero a la vista. El salón amplio en dos plantas resulta cómodo gracias a las mesas de mayor tamaño que las estándar, vestidas de blanco impoluto, con buena vajilla. Los comensales del viernes por la noche le otorgaban vida al ambiente más bien neutro, dispuesto para cien cubiertos. Ni bien cruzo la puerta de cristal me recibe una amable camarera, esas personas que tienen la deferencia de presentarse con su nombre. La buena atención está asegurada, y uno se relaja. De entrada pido un Carpaccio y unas Aceitunas Ascolanas, rellenas, panadas y fritas, servidas con radicchio y hojas verdes, muy frescas. Esta gastronomía exige un aceite de oliva de calidad, en la cocina y en la mesa. Un detalle que Casa Mía deberá tener en cuenta, pero a tres meses de su apertura se le perdona. La pizza a la piedra es de excepción. Finita y crocante, el maestro pizzero utiliza muy poca levadura en la masa y la deja descansar 24 horas, resultados a la vista. Un completo listado de pastas caseras al huevo, lisas y rellenas, cada una con sus salsas, tientan al más carnívoro. Entre algunas las preparaciones rescatan la sabrosa Vóngole, con berberechos y tomate. Antes del abadejo a la grilla probé los ravioles de ricota y espinaca: deliciosos, livianos, con buen relleno y masa delgada, suave. El filete llegó con risotto al dente, perfumado con azafrán y cáscara de limón, que le sentó de maravillas al pescado. Se nota que la cocina está comandada por un Chef con gran experiencia: el salteño Carlos Alberto Rosales, quien pasó por los fuegos de Sorrento, La Parolaccia y el Bodegón Lezama. Los precios de la carta son tan amables como Sonia, la camarera. Por todo esto uno se marcha con ganas de volver, como los amigos del dueño.

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