LAS NAZARENAS

Reconquista 1132
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Típico asador criollo, tradicional hasta la médula, que se ha venido renovando desde su apertura, allá por el mundial ’78. Ubicado frente al Hotel Sheraton, atrajo desde siempre el eterno desfile de turistas céntricos amantes de la carne argentina, la que se acompaña con nuestros mejores vinos: fórmula infalible que sigue vigente gracias a la familia fundadora, gastronómicos de raza. Los mozos son parte del inventario de la casa, y atienden como si te conocieran de toda la vida. Eso sentí cuando llegué un lunes por la noche, algo tarde. Aún así, el enorme salón de planta baja todavía se encontraba parcialmente lleno. El tour de bienvenida arrancó como el de cualquier cliente, por la cava de vinos subterránea. Un centenar de etiquetas listas para llevar a precio de vinoteca, o bien para disfrutar en la mesa, a un valor agregado. En el amplio salón superior también había gente. El gran ventanal con vistas a las luces de la noche porteña se baña de sol al mediodía. Me senté abajo, a metros de cuatro italianos de sobremesa y frente a un español que arrancaba a comer tarde, como yo, aunque la mayoría de los turistas extranjeros suelen llegar a cenar a partir de las 7 de la tarde. La carta encuadernada está ilustrada con fotos de los cortes y cada uno de los platos, la mejor descripción para todos los idiomas. Me dejé tentar por el Asado de tira especial y medio Ojo de bife (400 gramos), que llegaron a su tiempo, en sendos braseros. Sabrosísimos y en su punto, se veían mucho mejor que en las fotos del menú. Acompañé la carne con una parrillada de vegetales, a la que le faltó un poco de fuego, calor que el brasero en que llegó servida no pudo darle. Superficiales exigencias de un ex cocinero devenido en crítico. Nada que una ensalada de berro, con oliva en la mesa, no pueda remediar. Juan decantó un Malbec 2011 con su sonrisa amable y cordial que me acompañó toda la noche, haciéndome sentir en su casa, la mía. A la hora de los postres, me incliné por una degustación de dulces regionales: zapallo, kinotos, higos con nuez y guayaba en almíbar; con queso fresco. Un vigilante patrio y gourmet, impecable. El ruedo campero se enciende todos los días, en dos turnos, de 9 a 12hs; y de 17 a 20hs. Asan chivito, lechón, asado, vacío, pollo, cordero, chorizo y morcilla en brasas de quebracho, que le brindan su ahumado exquisito. La parrilla se alimenta de carbón y el talento de su parrillero, que pude comprobar. El salón de madera y manteles blancos tiene ángel, esa magia que da el paso del tiempo al calor del fuego. Allí uno se siente relajado y contenido. Como le sucede al cliente que llega cuando yo me retiro, al que todos llaman Doctor, y Juan me revela que es un importante abogado que almuerza y cena en Las Nazarenas, casi más seguido que en su casa. Por algo será.

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