Bello de día, mágico de noche, no cabe duda que el Restaurante del Jardín Japonés se encuentra en uno de los lugares más bellos de Buenos Aires. No es extraño entonces que la misma armonía que evoca su paisaje se vibre en el interior del comedor. La delicada cocina que propone este pacífico refugio está a la altura de su entorno. La austera calma nipona domina el salón de 80 cubiertos, donde predomina la madera. Durante las cenas, la iluminación indirecta otorga intimidad a los boxes reservados. Impacta el completo listado de platos del menú, minuciosamente descritos. Por tratarse de una gastronomía artesanal a base de pescados y mariscos frescos, los precios resultan amables. Sobre todo porque a la hora de probar platillos diferentes, lo mejor es compartir. Las camareras amabilísimas abrieron la mesa con una ensalada avinagrada de hakusay con algas, diferente a los sabores tradicionales, que predispone al comensal a una experiencia diferente. Los Hot Maki se imponen sobre el sushi tradicional. Son rolls calientes de frituras rápidas, donde resaltan la frescura de sus rellenos crudos, El salmón rosado estaba presente en las tres variedades (Kari Kari, Fukushima y Tokushima), en sashimi o ahumado, con mango, palta o picante, sabrosísimos. El Maguro Tataki (atún rojo sellado por fuera, crudo por dentro) no sale tan crudo como debería, pero se debe a la aprensión del comensal porteño, quien manda en definitiva con los puntos de los platos. De todos modos, las Geishas remataron la velada haciendo honor a su nombre: una delicada fritura de langostinos envueltos en finas lonjas de lenguado y masa filo, con salsa especial. Por lo extenso y variedad de su menú y la maravillosa experiencia que significa comer a la luz de la luna en un lugar tan especial, el Jardín Japonés debe imponerse de una vez por todas como una salida asegurada entre el público local.