Las peñas tienen su público, incluso en Buenos Aires. Todas fomentan olvidar por un rato la jungla de cemento, y en muchas se vibra un espíritu de camaradería, bien de tierra adentro. Jalapeña no es la excepción, y se destaca en pleno Palermo Hollywood. Llegué un domingo algo temprano, en familia, mientras un par de músicos probaban sonido. La primera mitad del nombre de este espacio cultural rinde culto al ají picante más famoso; la otra mitad remite al encuentro patrio. El menú comparte ambas gastronomías, la mexicana y la criolla. Es decir que por un lado hay locro, guiso de lentejas, tamales, humitas en chala, empanadas y la infaltable pizza; y por el otro, tacos, burritos, quesadillas, chimichangas y tortillas. Pedí platillos de ambos mundos, que llegaron a la par de los que fueron poblando el salón, en grupos y parejas, de todas las edades. El lugar tiene dos plantas, pero no es tan grande que digamos. En las mesas hay un sobre para dejar una colaboración, como discreta modalidad a la gorra, y los precios de la carta son más accesibles. Los burritos estaban más ricos que las quesadillas, y las humitas más sabrosas que la empanada. Son las mismas que las de Guaresnei, el restaurante de enfrente que lleva Pablo Mora, propietario de ambos, que pisa fuerte en la zona. Luciano Fraga tiene presencia cuando se calza la guitarra y arranca con Al otro lado del río, el temazo que el cantautor uruguayo Jorge Drexler compuso para Diarios de Motocicleta. Un saxo lo acompaña en otra canción de Jaime Roos. Corre la cerveza y la comida. La gente se saluda, muchos se conocen. Sube al escenario un tal Víctor Torres, que se manda El último trago, la ranchera del mexicano José Alfredo Giménez que hizo famosa Chavela Vargas. Después habrá lecturas y folklore, a cargo de una escritora que come pizza al fondo y de un grupo con buena pinta, que llegó con bombos y guitarras. La emoción gana la noche, y la ciudad de la furia se olvida por un rato de ser una jungla de cemento.