Caballito es un bastión de esos que le dan pinta a Buenos Aires, de esos lugares que siempre están y siempre estuvieron, recibiendo a un sin fin de gente a toda hora. Mezcla de bar y restaurante, almacén en sus inicios -allá por el año 1966- la esquina eterna recibe llena de vida, cuando sea que uno llegue. Un salón animado donde nadie se siente solo gracias al trajín reinante.  Yo caí hace tiempo, una noche de verano, con mi mujer. Ni bien te sentás mozos maduros y cancheros te atienden como a un señor. Les sobra vocación, todos profesionales como jamás verás por Palermo Soho. Corre la pizza en bandejas y el tinto de la casa es Vasco Viejo. Pero me tenté con un Matambrito de cerdo al verdeo con papas rejillas, descomunal, y un chopp helado. Casa de minutas, hacen delivery, take away, saciando los caprichos de Barrio Norte, a precios sensatos. Antes de irme, se me acerca uno de los socios propietarios, y me revela que la fugazzeta rellena es una de las tres mejores de Capital. Le creo. Pero por si no le creo me lleva a ver el horno a leña histórico, corazón del restaurante, y me presenta al Chef a cargo, Don Rubén Ávila, cocinero de alma, y toda su brigada, de alma cocinera. Y desde los fuegos se vibra el latir de este lugar tradicional, presente en nuestra querida Buenos Aires.