El delivery es un gran invento. Una solución ideal que satisface un capricho o una necesidad inmediata. Llamar, esperar y comer bien sin salir de casa. En muchos casos es posible ir a buscarlo, elegir in situ, aguardar y listo. Desde pizza hasta sushi, un clásico de Buenos Aires. Para comprobarlo, basta darse una vuelta por Akira Belgrano. Nacieron en 2003 en San Isidro y ya llevan 5 locales, cada uno con identidad propia. En el take away de Vidal casi Virrey del Pino, seis motoqueros dinámicos entran y salen del local arando con pedidos hacia cualquier punto de capital. Me acabo de mudar al barrio y entro un viernes a las 9 de la noche cansado y hambriento. El local parece pequeño: living de espera, heladera con bebidas, mostrador de despacho, y un muro de piedras con una abertura por donde se ve la cocina, grande, en súper acción. Un sushiman peruano y sus ayudantes, todos de negro, despachan a destajo. Cada tanto filetean una penca de salmón enorme. Un wok arde al fondo a fuego vivo, manipulado por una cocinera. De mi lado, la barra se va cargando con una larga fila de pedidos, listos para llevar. El teléfono no para de sonar, parece un cuartel de bomberos en una noche de furia. Vértigo y adrenalina. Agarro un menú, un porrón helado mientras veo qué pedir. Los motoqueros no paran de entrar y salir. Carabobo, Puerto Madero, Alto Palermo. El tiempo manda, crucial. Si hay demoras, hay descuento. Siempre suman piezas de regalo. Como el par de rolls fritos que me ofrecen mientras marcha mi pedido. Hot de salmón con Tariyaki y Capresse con cherry, albahaca y chedar. Cada tanto caen clientes en auto a llevarse lo suyo, aprovechando beneficios y descuentos. Me llevo la mejor tabla, Premium, 40 piezas mixtas, con pulpo, salmón y sashimi de pescado blanco, de tres categorías (Clásica, Salmón y Premium). Vale lo que cuesta. Los rolls crocantes llegan templados a la mesa familiar, porque estoy a pocas cuadras. Muy cerca de la felicidad.